lunes, 24 de marzo de 2008

Infamia

Del contacto cultural en el que estamos inmersos emanan actitudes que van desde un sincero respeto hasta un vil mercantilismo.

Un museo, entre otras cosas, reúne y educa al público y aporta criterios sobre el valor y la calidad del Arte. No obstante, de todas las acciones que se entrelazan en ese espacio, parece que la actividad comercial impera sobre las demás.

En una sociedad cada vez más (in)mediatizada, parece tener más importancia para el hecho artístico ser la portada de un periódico, que equivale en muchos casos (lamentablemente) a reconocimiento que efectuar acciones veraces y creativas. Me considero un ferviente admirador del Arte contemporáneo, pero, a pesar de todo, he de reconocer que en los museos de esta índole, ferias de Arte, bienales… nos encontramos cada vez con más obras crueles que constituyen un timo para el espectador. O acaso ¿todo vale? ¿y las normas éticas y morales?¿se puede considerar arte dejar morir a un perro por inanición atado en la esquina de un museo?

No es una exageración. Eso ha ocurrido recientemente (si bien es cierto que no es del todo fiable ya que la información me llegó vía e-mail) y fue expuesto por un psicópata que, con la contribución de los agentes artísticos pertinentes, se hace pasar por artista.

Dijo Gombrich que “el artista moderno quiere, simplemente, crear”. Amén. Pero atar a un perro y verlo morir además de no ser creativo, ni tan siquiera hermético, de no tener en cuenta la experiencia estética del espectador, es el horror más irracional. Los nazis desconfiaban de la razón, se ve que este intento fallido de artista también.

De todas maneras, hay un individuo que, por su estupidez, considero peor que el museo y que el torturador-supuesto-artista. No es otro que el que se queda pasmado contemplando al perro con cara de estar ante una aparición, como si esta “obra maestra” representara para el Arte lo mismo que el cubismo a principios del siglo XX. Esos snobs consideran al museo como un espacio sagrado en el que se produce una transubstanciación del objeto de mal gusto en una obra maestra.

Insisto. Es preocupante que ese matarife posea espacio mediático en detrimento de jóvenes creadores que sí tienen algo que decir. La obra funciona por el morbo que suscita, porque vende más lo trágico, lo desagradable o lo cruel que una reflexión coherente sobre la naturaleza. El morbo se ha impuesto y es coleccionado por gente con ingresos anuales muy altos, de una media de 80000$. Se presenta en galerías de todo el mundo, se anuncia en televisión, cine e internet e incluso cotiza en Bolsa.

Los grandes compradores han de ser conscientes de su enorme responsabilidad. El ejemplo del multimillonario Charles Saatchi es bastante esclarecedor: ha sido acusado de manipular el mercado de jóvenes artistas a la última con sus repentinos cambios en compras y ventas. Al promocionar exposiciones, Saatchi eleva el valor de las obras de las que es propietaria su galería.

La financiación es otra de las grandes responsables de que se expongan perros famélicos. Desde mediados de los 60 ha tenido lugar un cambio en la financiación de los museos que la ha alejado de los filántropos: en 1992, las corporaciones dieron casi 700 millones de dólares para promover la cultura y las artes. Las primeras en donar cuantiosos fondos fueron empresas tabaqueras y petroleras, que trataban de limpiar su imagen aunque, eso sí, no tenían ni idea de Arte y contribuyeron a transformar el continente artístico en un gran receptáculo en el que se acumula basura. Cuando una compañía financia una exposición, los directores y conservadores de museo, tal vez se sientan limitados en cuanto al tipo de arte que se pueda y no se pueda exponer. Esto es la vergonzante autocensura del mundo del Arte.

Por todo esto, no pocos museos de arte contemporáneo constituyen una reinterpretación siniestra de Disneylandia, como podemos observar en sus modos de representación chabacanos, cintas de audio, exhibiciones absurdas con botones y videos y megatiendas de regalo. Puede que la frase de Barry McGee, el reputado grafitero, cobre ahora más sentido que nunca: “en ocasiones, una piedra que vuela a través de un cristal puede ser la obra de arte más bella y convincente que he visto”.

La ignorancia en la que está sumido parte del mercado del Arte y la ausencia de referentes, entre otros factores, son los que provocan esta sinrazón creativa. Para hacer Arte, hay que conocer el Arte. Los descubrimientos y los efectos de representación, orgullo de artistas de otra época, hoy son superfluos. Pero hemos llegado a un punto en el que corremos el peligro de perder el contacto con los grandes maestros del pasado si aceptamos la doctrina, ahora de moda, de que dichas cuestiones no tienen nada que ver con el Arte. De hecho, dijo Gombrich que “no existe aspecto más maravilloso en la historia del Arte que éste de la cadena de una tradición que todavía relaciona el Arte de nuestros días con el de la época de las pirámides”.

A pesar de todo, el panorama no es tan malo, pero habrá que esperar a que la Historia, como ya hizo en el gótico o el Renacimiento, efectúe su selección. Por lo tanto, es apropiado concluir señalando a algunos de los artistas contemporáneos que, probablemente, serán recordados dentro de cien años: Gerhard Richter por su capacidad para absorber y sintetizar estilos, géneros y tendencias; Louise Bourgeois por su temática universal; Bill Viola por el magnetismo de sus videos; Bruce Nauman por su actitud polifacética y multidisciplinar; Jeff Wall por contribuir a consolidar la fotografía como Arte; Cindy Sherman por su disección de la representación convencional de la mujer; Matthew Barney por su riqueza iconográfica; Andreas Gursky por su capacidad para evolucionar; Marina Abramovic por someter el cuerpo al análisis y la experimentación; Doug Aitken por su apuesta por los nuevos medios; Helena Almeida por aunar performance, pintura, escenografía y fotografía; Christian Boltanski por su coherencia como artista conceptual; Chris Cunningham por convertir el videoclip en Arte; Luis Gordillo por su fidelidad a la pintura; Rebecca Horn por su femineidad neorromántica que alude a la memoria histórica; Jeff Koons por arriesgarlo todo al costear sus primeros trabajos invirtiendo en Bolsa; Shirin Neshat por su lirismo; Paul McCarthy por su desprecio de los valores occidentales; Erwin Wurm porque el Arte también es comedia y Zhang Huan por criticar el sistema nacido de la Revolución Cultural china.

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